lunes, 25 de diciembre de 2017

Pedro Berruguete. El Nacimiento de Cristo

El nacimiento de Cristo.XV. Pedro Berruguete
 Óleo sobre tabla. Medidas: 146cm x 110cm.
Museo del Santa María. Becerril de Campos

Hoy ha nacido Jesucristo, hoy ha aparecido el Salvador; hoy en la tierra cantan los ángeles, se alegran los arcángeles; hoy saltan de gozo los justos, diciendo: Gloria a Dios en el cielo. Aleluya.

Esta antífona es cantada en el Oficio de Vísperas de la tarde de Navidad, como expresión del gozo de la Iglesia ante el misterio que, no sólo tuvo lugar en el pasado, sino que la acción del Espíritu Santo hace que vuelva a tener lugar en nuestro hoy. Dios toma nuestra naturaleza mortal, para hacernos partícipes de su divinidad.

Este aspecto orante o contemplativo fue captado por Berrugete en su magnífica tabla de la Navidad del Señor. Pertenece a su tercera época, después de su retorno de Italia. En este momento adapta el estilo que aprendió en Italia a los gustos de la clientela castellana, más conservadora y apegada a las maneras del Gótico.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Correa del Vivar. Profeta Isaías

Profeta Isaías. 1533. Correa del Vivar
Óleo sobre lienzo. Medidas: 90 cm. x 43 cm.
Museo del Prado. Madrid

Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, se apiadará de ti al oír tu gemido: apenas te oiga, te responderá. Aunque el Señor te diera el pan de la angustia y el agua de la opresión ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro.

Leemos hoy en la Eucaristía este hermoso texto del profeta Isaías, uno de los protagonistas del tiempo de Adviento. Su profecía no sólo anunció la salvación de Israel, sino la de toda la humanidad por medio de la Encarnación del Hijo de Dios. De hecho, es la tabla de Correa del Vivar, lo vemos sosteniendo y señalando una cartela en la que se lee: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Zurbarán. Inmaculada Concepción

La Inmaculada Concepción. 1628-1630. Francisco de Zurbarán
Óleo sobre lienzo. Medidas: 128 cm. x 89 cm.
Museo del Prado. Madrid

El culto a la Inmaculada es una de las señas de identidad de la sociedad española del siglo XVII, sobre todo a raíz de una gran polémica entre sus defensores y sus detractores que tiene lugar en Sevilla en 1616. A partir de ese momento la ciudad se convierte en uno de los grandes focos concepcionistas del país y sus pintores dedican gran parte de sus energías a promover la devoción. Zurbarán es uno de los más activos en este sentido y a él se deben varias obras de este tema, como ésta, una de sus composiciones más tempranas y en la que muestra su característica Virgen niña y estática. 

Aparece con las manos unidas en oración y rodeada por los símbolos de las letanías que recuerdan las virtudes que acompañan a la imagen de la Virgen. 

La abundancia de estos complejos signos de lectura teológica hace que la imagen tenga dos posibles visiones para el fiel: la del manifiesto doctrinal extremadamente complejo y sólo descifrable para unos pocos entendidos, y la de la imagen devocional, que muestra una María hermosa e infantil, que despierta el fervor de los más sencillos.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Van Dyck. San Ambrosio excomulga a Teodosio

San Ambrosio excomulga a Teodosio. 1619. Anton van Dyck
Óleo sobre lienzo. Medidas: 147 cm x 114 cm.
National Gallery. Londres

Celebramos la memoria de san Ambrosio, obispo de Milán. El lienzo que contemplamos narra el momento en el que excomulgó al emperador Teodosio como responsable de la matanza de Tesalónica. El papa Benedicto XVI le dedicó una magistral catequesis. Leamos sus palabras.

El santo obispo Ambrosio, de quien os hablaré hoy, murió en Milán en la noche entre el 3 y el 4 de abril del año 397. Era el alba del Sábado santo. El día anterior, hacia las cinco de la tarde, se había puesto a rezar, postrado en la cama, con los brazos abiertos en forma de cruz. Así participaba en el solemne Triduo pascual, en la muerte y en la resurrección del Señor. Nosotros veíamos que se movían sus labios, atestigua Paulino, el diácono fiel que, impulsado por san Agustín, escribió su Vida, pero no escuchábamos su voz. En un momento determinado pareció que llegaba su fin. Honorato, obispo de Vercelli, que se encontraba prestando asistencia a san Ambrosio y dormía en el piso superior, se despertó al escuchar una voz que le repetía:  Levántate pronto. Ambrosio está a punto de morir. Honorato bajó de prisa —prosigue Paulino— y le ofreció al santo el Cuerpo del Señor. En cuanto lo tomó, Ambrosio entregó el espíritu, llevándose consigo el santo viático. Así su alma, robustecida con la fuerza de ese alimento, goza ahora de la compañía de los ángeles (Vida 47).

En aquel Viernes santo del año 397 los brazos abiertos de san Ambrosio moribundo manifestaban su participación mística en la muerte y la resurrección del Señor. Esa era su última catequesis:  en el silencio de las palabras seguía hablando con el testimonio de la vida. 

San Ambrosio no era anciano cuando murió. No tenía ni siquiera sesenta años, pues nació en torno al año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de las Galias. La familia era cristiana. Cuando falleció su padre, su madre lo llevó a Roma, siendo todavía un muchacho, y lo preparó para la carrera civil, proporcionándole una sólida instrucción retórica y jurídica. Hacia el año 370 fue enviado a gobernar las provincias de Emilia y Liguria, con sede en Milán. Precisamente allí se libraba con gran ardor la lucha entre ortodoxos y arrianos, sobre todo después de la muerte del obispo arriano Ausencio. San Ambrosio intervino para pacificar a las dos facciones enfrentadas, y actuó con tal autoridad que, a pesar de ser solamente un catecúmeno, fue aclamado por el pueblo obispo de Milán.

Hasta ese momento, san Ambrosio era el más alto magistrado del Imperio en el norte de Italia. Muy bien preparado culturalmente, pero desprovisto del conocimiento de las Escrituras, el nuevo obispo se puso a estudiarlas con empeño. Aprendió a conocer y a comentar la Biblia a través de las obras de Orígenes, el indiscutible maestro de la escuela de Alejandría. De este modo, san Ambrosio introdujo en el ambiente latino la meditación de las Escrituras iniciada por Orígenes, impulsando en Occidente la práctica de la lectio divina. El método de la lectio llegó a guiar toda la predicación y los escritos de san Ambrosio, que surgen precisamente de la escucha orante de la palabra de Dios.

Un célebre exordio de una catequesis ambrosiana muestra admirablemente la manera como el santo obispo aplicaba el Antiguo Testamento a la vida cristiana: Cuando leíamos las historias de los Patriarcas y las máximas de los Proverbios, tratábamos cada día de moral —dice el santo obispo de Milán a sus catecúmenos y a los neófitos— para que vosotros, formados e instruidos por ellos, os acostumbréis a entrar en la senda de los Padres y a seguir el camino de la obediencia a los preceptos divinos.

En otras palabras, según el Obispo, los neófitos y los catecúmenos, después de aprender el arte de vivir rectamente, ya podían considerarse preparados para los grandes misterios de Cristo. De este modo, la predicación de san Ambrosio, que representa el núcleo fundamental de su ingente obra literaria, parte de la lectura de los Libros sagrados ("Los Patriarcas", es decir, los Libros históricos; y "Los Proverbios", o sea, los Libros sapienciales) para vivir de acuerdo con la Revelación divina.